¿Por qué pasamos por pruebas?
Por Estuardo Solares
En la vida cristiana, las pruebas son inevitables. Todos, en algún momento, hemos elevado nuestra voz a Dios preguntando: “¿Por qué me pasa esto?”. Pero más importante que el por qué es el para qué. Dios no permite el sufrimiento por casualidad; siempre hay un propósito detrás de cada proceso.
1. Las pruebas tienen un objetivo
El Salmo 66:10-12 nos muestra que Dios nos prueba como se purifica la plata: con fuego intenso. Este proceso no es para destruirnos, sino para quitarnos impurezas —incredulidad, orgullo, dependencias— y moldearnos a su imagen. Como el refinador no saca la plata del horno hasta ver su reflejo, Dios trabaja en nosotros hasta que Cristo se manifieste en nuestro carácter (2 Corintios 3:18).
2. El proceso duele, pero no es eterno
Las pruebas se sienten como una red que nos atrapa (Salmo 66:11), una carga pesada o incluso como si otros “cabalgaran sobre nosotros”. José experimentó esto: vendido, calumniado y olvidado en prisión. Pero cada paso lo preparaba para salvar a su familia y a Egipto (Génesis 50:20). Dios no te llevará más allá de lo que puedas resistir (1 Corintios 10:13), y su timing es perfecto.
3. El resultado: abundancia y propósito
El Salmo 66 termina con una promesa: “Nos sacaste a la abundancia” (v. 12). Las pruebas no son el final; son el camino hacia un propósito mayor. José llamó a su hijo Efraín (que significa “fructífero”) porque entendió que Dios lo hizo productivo en medio del dolor (Génesis 41:52).
¿Cómo responder?
- Adora en el proceso: Como el salmista, alaba a Dios incluso cuando no entiendas (Salmo 66:8).
- Ríndete: No forces la salida. Deja que Dios obre (Salmo 46:10).
- Enfócate en el “para qué”: Pregúntale a Dios: ¿Qué quieres enseñarme? ¿Cómo prepararme para lo que viene?
Hoy puede ser el día en que dejes de preguntar “¿por qué?” y comiences a declarar: “Confío en tu propósito, Señor”.