El Propósito del Sufrimiento.
Por Estuardo Solares
El sufrimiento es uno de esos temas que preferiríamos evitar, pero que, irónicamente, son los que más nos hacen crecer y madurar espiritualmente. Todos, en algún momento, nos hemos encontrado cara a cara con el dolor y la aflicción. Lejos de ser una señal de abandono por parte de Dios, la Palabra nos revela que el sufrimiento es una parte inevitable y significativa de nuestro caminar con Cristo. A través de la Primera carta de Pedro, Dios nos ofrece una perspectiva transformadora que no solo nos consuela, sino que nos invita a encontrar gozo y propósito en medio de la prueba.
El apóstol Pedro, escribiendo a creyentes que enfrentaban persecución y dificultades, nos deja enseñanzas cruciales sobre cómo entender y atravesar el sufrimiento.
1. El sufrimiento es normal para el creyente.
Pedro comienza diciendo: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que en medio de vosotros ha venido para probaros, como si alguna cosa extraña os aconteciese” (1 Pedro 4:12). La primera enseñanza es clara: el sufrimiento no es algo extraño o anormal. Vivimos en un mundo caído a causa del pecado, donde el dolor, la pérdida y la injusticia son realidades comunes. Como seguidores de Cristo, no estamos exentos de ellas. El “fuego de prueba” viene para probar y purificar nuestra fe, separando en nosotros lo que es de Dios de lo que no lo es, y distinguiendo una fe genuina de una que no lo es.
2. Estamos llamados a compartir los padecimientos de Cristo.
El versículo 13 añade: “Antes bien, en la medida en que compartís los padecimientos de Cristo, alegraos”. Esto no se refiere a los padecimientos expiatorios de Jesús por nuestro pecado (eso solo Él podía hacerlo), sino a los padecimientos que Él experimentó por hacer la voluntad del Padre: rechazo, incomprensión, insultos y oposición por causa de la justicia. Al estar “en Cristo”, somos coherederos no solo de Su gloria y salvación, sino también de Sus padecimientos. Anhelar una vida de comodidad y gloria sin estar dispuestos a padecer por Su nombre es tener una visión incompleta del discipulado.
3. Nuestra respuesta debe ser de gozo y glorificación a Dios.
La instrucción bíblica es radical: “alegraos” y “glorificad a Dios” (1 Pedro 4:13, 16). ¿Cómo podemos regocijarnos en medio del dolor? No se trata de un masoquismo espiritual, sino de un gozo que nace de la fe y la perspectiva eterna. Nos gozamos porque no estamos solos: Cristo está con nosotros (Salmo 23:4). Nos gozamos porque nuestro sufrimiento tiene un propósito divino que resultará en bendición para nosotros y para otros. Nos gozamos porque, así como participamos de Sus padecimientos, también participaremos de Su gloriosa resurrección.
4. Debemos evitar sufrir por nuestras propias malas decisiones.
Pedro hace una crucial distinción: “Que ninguno de vosotros padezca… sino como cristiano” (1 Pedro 4:15-16). Hay dos formas de sufrir: sufrir por hacer el bien y sufrir por hacer el mal (ser metiche, ladrón, malhechor). El mundo ya trae suficiente dolor como para añadir más al sufrir las consecuencias de nuestro propio pecado. El llamado es a vivir de manera que, si sufrimos, sea únicamente por nuestra identidad en Cristo y nuestra fidelidad a Él.
5. El juicio comienza con la casa de Dios.
La soberanía de Dios sobre el sufrimiento se revela en 1 Pedro 4:17: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios”. El sufrimiento actúa como un juicio purificador para los creyentes, refinándonos y acercándonos más a Dios. Si Él permite que Sus hijos pasen por el fuego de la prueba, ¿cuál será el fin de aquellos que rechazan el evangelio? Esta verdad nos humilla y nos lleva a confiar en la justicia y misericordia de nuestro Juez.
El mensaje final de Pedro es un poderoso recordatorio para el corazón afligido: “Por tanto, los que sufren conforme a la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien” (1 Pedro 4:19). La respuesta al sufrimiento no es el desespero, la amargura o la autocompasión. Es la entrega confiada. Debemos depositar nuestra vida, nuestro dolor y nuestro futuro en las manos de nuestro Fiel Creador, quien no falla y cuyos propósitos son siempre buenos. Mientras lo hacemos, debemos seguir firmes, “haciendo el bien”. Nuestro sufrimiento no es una excusa para dejar de servir, amar y obedecer. Por el contrario, es la oportunidad suprema para demostrar la realidad de nuestra fe y convertir nuestra prueba en un testimonio que glorifique a Dios.