Santidad y redención
Por Sergio Rivas
Dios te reclama como suyo. No por tus méritos, sino porque te redimió con la sangre de Cristo. Vive en santidad no por obligación o miedo, sino como una respuesta de gratitud al amor que te rescató de la oscuridad. Si caes, no huyas: corre a los pies de Aquel que repite “No temas; tú eres mío“. En Él, la santidad se convierte en gozo, la redención en identidad, y el fracaso en oportunidad para experimentar su gracia restauradora.
Santidad Fruto de una Redención Transformadora
¿Alguna vez has sentido que tus fallos te alejan de Dios? Que la impureza, las palabras equivocadas o las acciones que no honran al Señor te hacen indigno de su presencia. Vivimos en un mundo que señala el error y nos sumerge en la culpa. Pero hoy, la Palabra trae una verdad liberadora: para Dios no existe nada demasiado contaminado que Él no pueda redimir. La redención es el acto mediante el cual Cristo nos rescata de la condenación eterna con su sangre derramada en la cruz. Sin embargo, su propósito va más allá del perdón: Dios nos restaura para llevarnos a una vida de santidad que refleje su carácter (Tito 2:14).
La Santidad Nace de la Redención, No la Precisa
Muchos creemos erróneamente que debemos “ser santos” para acercarnos a Dios. ¡No es así! La santidad no es un requisito para ser redimidos; es el resultado de lo que Cristo ha hecho en nosotros. Como María Magdalena, a quien Jesús liberó de siete demonios (Lucas 8:2), Él nos busca en nuestra quebrantadura. Aunque el mundo nos etiquete como “inmundos” o “perdidos”, Él nos llama por nombre y declara: “No temas, yo te he redimido; tú eres mío” (Isaías 43:1). Su redención nos transforma, nos hace nuevas criaturas, y entonces la santidad deja de ser una carga para convertirse en un privilegio.
Un Camino de Gratitud, No de Obligación
La verdadera santidad brota del agradecimiento, no del temor al castigo. Como el ciego sanado por Jesús (Juan 9), que proclamó gozoso “antes no veía, ¡ahora veo!”, nuestra respuesta al amor redentor debe ser una vida que glorifique a Dios. No se trata de cumplir reglas, sino de reflejar la gratitud por haber sido rescatados. Pablo lo expresa claramente: *”Ofrezcan su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, como *adoración espiritual“ (Romanos 12:1). Cuando vivimos conscientes de la misericordia recibida, decir “no” al pecado surge del deseo de no entristecer a quien nos amó primero.
Santidad es Volver, No Ser Perfecto
Dios no espera que seamos impecables. La santidad no es perfección, sino la disposición de levantarse y correr de nuevo a Jesús cuando fallamos. Como Pedro, que negó a Cristo pero regresó con lágrimas y fue restaurado, tenemos un abogado ante el Padre: Jesucristo (1 Juan 2:1). Si pecamos, la voz del enemigo nos grita “¡Aléjate, Dios ya no te quiere!”, pero la voz de Cristo nos dice: “Ven, yo te perdono; sigamos caminando” (Santiago 4:8). La redención no se pierde en un día: lo que Dios hace en nosotros es eterno.